sábado, 4 de octubre de 2008

Los otros no existen: sos vos y la muerte. Son la muerte, las pastillas, la soga, el balcón, la bañera, el secador de pelo, el maldito tren, lo que fuera. Sos vos y tu muerte, más próxima que nunca. Y esta vez es claramente inevitable. Cuando decidis que vas a morir, los colores se sienten más vivos y los olores por primera vez te llaman la atención. Intentas despedirte de la gente casi sin que se den cuenta. Haces una lista de las cosas que vas a perderte porque ya no vas a estar viva: la lista es casi nula, no hay muchas cosas que te importen.
Era una experta en mentir y planear, así que tendría que ser creadora del mejor de los planes ahora que iba a morirme. Cómo planear una muerte impecable: muy bien, tenía que pensarlo dos veces, esto era definitivo, digno de una película. Mi vida siempre había sido un largometraje tragicómico, no podía terminar bien, no podía comer perdices, iba a suicidarme.
Iba a matarme el día que escribiera la última carta. Aquella noche iba a escribir la primera. Lloré amarga, compulsivamente, sin poder parar. Lloraba porque iba a morirme, porque no había razones para no hacerlo. Lloré porque mi plan había dado resultado, porque podía convencer a la gente de cualquier cosa y porque todo lo que planeaba me estaba saliendo bien. Lloraba sin consuelo, como ahora mientras a el lo recuerdo, porque me estaba muriendo.
Cuando sabés que estás caminando una calle por última vez en tu vida sentis que te recorre un hilo plateado de frío. La gente en la calle te llama la atención ¿a dónde van? ¿Cuándo van a morirse? No saben que están pasando por al lado de alguien que en cuestión de horas será solo un fantasma. Entonces pasas por un kiosco, ves los helados, los dulces, los chocolates, las papas, todo aquello de lo que te venis privando desde que una diosa inventada te consume la vida. Ves todo aquello y sin embargo no lo deseas porque ya no estás en ese mundo. Ya estás muerta.
Sabés que vos tenés solo lo que te queda de vida y que aquello es demasiado poco. Y que la muerte es demasiado pronto.
Quería gritarle: me estoy muriendo, me quedan pocos días de vida, necesito verte, quiero hacer el amor con vos, quiero que me toques, quiero saber que estoy viva. Por favor, abrazame. Acostate al lado mío: quiero entender qué es estar viva; quiero sentir emociones, quiero sentir. No quiero desmayarme cada cinco segundos, quiero vivir.
Creo que quiero vivir.
No era insensible, era un enorme hijo de puta. No le interesaba lo que me estaba pasando. Nunca le había interesado, había estado engañándome todo este tiempo. Miré su cepillo de dientes al lado del mío y lloré, lloré fuerte, gritando, queriéndome morir en aquel preciso instante. Todavía faltaban algunas cartas. No podía morirme. Eventualmente me quedé dormida en el piso, con los ojos colorados de tanto llorar y con los huesos doliéndome por todo el cuerpo. Aquella noche decidí que no iba a quedarme por Él, que si sobrevivía iba a ser por otra cosa. Pero por supuesto, no iba a sobrevivir. Él, el sostén de mi vida no me quería. Ni siquiera respondía a mis llamados de auxilio. No le interesaba, nunca le había interesado.
Mis compañeras no sospechaban mi inexorable desaparición del mundo, pero si hubieran hecho un vistazo más profundo hubieran detectado las manchas del dolor, de la dejadez, de la hipocresía, del desgano, de los últimos adioses que desperdigaba por el mundo.
No tengo miedo y quizás exista la vida sin Él. No va a ser tan pura, tan excitante, tan perfecta, pero puede llegar a asemejarse a una vida. ¿Cómo puede ser que no me haya llamado todavía? Quiero morirme, cerrar los ojos para siempre. Quiero estar con Él en la tierra y en el cielo. Lo amo demasiado como para perderme la vida sin él. Él es mi comida, mi vida y todas mis razones para existir. No voy a llamarlo ahora, pero en cualquier momento lo hago. Quiero que se esté conmigo, que se preocupe por mí. Que me ame y me haga el amor. Eso necesito.
Cuando sabés que en horas vas a ser un fantasma no te preocupa lo que está pasando en el momento, sino lo que pasará cuando no estés. Es tiempo muerto, inexistente y sin embargo no lo es para los que se quedan.
La muerte es el único viaje donde el que se va es el que menos extraña, porque no puede
hacerlo, porque no puede ser, porque no existe, porque ya no es.
Entré en crisis: lloraba intensamente con una agonía hasta ahora desconocida para mí. No podía parar, intentaba calmarme (uno, dos, tres…) en vano. Intenté llamarlo de nuevo: tenía miedo, estaba muerta de miedo. No sabía de qué era capaz, ya no confiaba en mi consciencia, en mi racionalidad. Necesitaba escuchar una voz del otro lado. No atendió.
Tenía que hacer mis mejores esfuerzos para que nadie se preocupara por mi desaparición y me dejaran dormir en paz para siempre.
No salía sangre a borbotones. Pero yo lloraba. Lloraba porque me dolía, lloraba porque tenía miedo de no morirme. Lloraba por lo que podía llegar a pasar si seguía viva.
Quiero dejar de ser la mujer que tuvo un pasado oscuro, quiero ser la del futuro
prometedor, la que sonría sin tener que esforzarse, que no está bien porque toma
antidepresivos. Necesito saber, necesito tener garantías de que en algún momento voy a
ser feliz con continuidad; que mis desvariaciones van a acabar en algún momento, en
algún futuro cercano. Quiero dejar de ser inconstante y absurda y quiero por fin poder
tomar una decisión que dure más de cinco minutos. Quiero ser fuerte. Quiero tantas
cosas… y aquello es un signo de fortaleza, de crecimiento. Antes no quería nada, no
quería, no. era la negación en persona, era la nada misma: nada de comida, nada de
deseos, nada de nada. Solo la acuciante necesidad de dejar de existir, de ser nada.


Me llena de impotencia y dolor escuchar frases que se repiten. Que algunas de las cosas que me llenan de ilusiones sean las mismas que me desalientan. Que una persona pueda seguirme causando rechazo y amor al mismo tiempo. Que pueda seguir amando y odiando con similar intensidad a la misma persona.
Necesito saber que estoy viva, que si me muero alguien se va a preocupar, que alguien me espera en casa o que al menos alguien sabe dónde estoy. Necesitaba sacar de adentro todo lo malo que me inundaba, que no me dejaba respirar y literalmente me estaba matando. Encontré la manera: no la mejor pero sí la más eficaz, cortándome. Obviamente no lo hacía para quitarme la vida, solo quería deshacerme del sentimiento que me agobiaba en el momento: aquello podía ser angustia, tristeza, melancolía, odio desmedido por Él o por mí, o por estar respirando. Una vez que veía caer la sangre, una vez que lo sentía, respiraba profundo, aliviada, y me ataba los brazos con papel higiénico que pronto mutaba en color carmín.


¡¿Qué podés saber de Él vos que lo conoces hace un mes?! ¿Qué podés saber pedazo de estúpida?
Nadie sabe más de él que yo… pero sos mi reemplazo… y sos rubia, tenés ojos claros, y yo no soy nadie y
estoy sangrando demasiado.

eso no es amor. es obseción. Yo no voy a morir por un hombre.

No hay comentarios: